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Inteligencia organoide: ¿Por qué los científicos están desarrollando computadoras a partir del cerebro humano?

Científicos están cultivando neuronas humanas para construir biocomputadoras vivas. No, no es ciencia ficción… todavía.

Orientación sexual con bases en el cerebro
Orientación sexual con bases en el cerebro

¿Y si la próxima generación de computadoras no estuviera hecha de silicio, sino de células cerebrales humanas? Lo que suena a episodio de Black Mirror es, en realidad, un campo emergente de la ciencia: la inteligencia organoide, donde pequeños “mini-cerebros” cultivados en laboratorio comienzan a resolver tareas básicas y a despertar debates éticos tan grandes como su potencial.

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¿Qué es exactamente una biocomputadora?

Desde hace décadas, los científicos cultivan neuronas en placas de Petri para entender cómo se comunican entre sí. Pero con la llegada de los organoides cerebrales —estructuras tridimensionales formadas a partir de células madre— la historia dio un giro interesante.

Estos mini-tejidos se parecen (un poquito) al cerebro humano, aunque están muy lejos de tener conciencia… por ahora.


Con avances en bioingeniería, capital de riesgo rondando cualquier cosa que diga “IA” y nuevas herramientas de comunicación cerebro-máquina, la idea de que un conjunto de células neuronales pueda convertirse en hardware está cobrando fuerza.

De hecho, ya existen sistemas que permiten a estas neuronas jugar al Pong o reconocer palabras simples.

“Sensibilidad encarnada”, “inteligencia orgánica”, “computadoras vivas”… los nombres son cada vez más épicos, pero también polémicos.

Pong, chips y dilemas éticos

El salto mediático llegó en 2022, cuando una empresa australiana, Cortical Labs, mostró cómo neuronas cultivadas aprendían a jugar Pong en tiempo real.

El estudio fue revolucionario, pero generó controversia por su lenguaje grandilocuente: muchos expertos advirtieron que el sistema no era consciente ni tenía sensibilidad, por más titulares llamativos que lo sugirieran.

A partir de ahí, nació el término “inteligencia organoide”, que suena impactante pero que, por ahora, no tiene mucho que ver con la inteligencia artificial que conocemos.

¿Quién está invirtiendo en esto (y por qué)?

Empresas como FinalSpark en Suiza ya ofrecen acceso remoto a sus organoides neuronales. Cortical Labs prepara el lanzamiento de una biocomputadora de escritorio —la CL1— pensada tanto para farmacéuticas como para investigadores de IA.

Mientras tanto, académicos de la Universidad de California sueñan con usar estos sistemas para predecir desastres ecológicos. Sí, ¡con mini-cerebros!

¿Y la ética dónde queda?

Uno de los grandes temas en el aire es la moral de usar tejido cerebral humano como componente de una máquina. ¿Cuándo un organoide merece derechos? ¿Qué pasa si una red neuronal viva empieza a mostrar patrones de conciencia?

Por ahora, la comunidad científica coincide en que estos sistemas no son conscientes ni piensan como humanos, pero el debate está servido.

¿Genialidad o curiosidad pasajera?

La inteligencia organoide podría convertirse en una revolución tecnológica… o en un callejón sin salida lleno de promesas exageradas. ¿Es este el comienzo del fin del silicio? ¿O solo un experimento extravagante con marketing de ciencia ficción?

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Lo único cierto es que las computadoras vivas ya no son cosa del futuro lejano, y las preguntas sobre inteligencia, biología y tecnología están a punto de ponerse mucho más complejas.

       

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