Las despedidas no suelen significar mucho en el sistema de franquicias de Hollywood. La muerte no es un final confiable para los personajes o incluso para los actores. La tecnología, la nostalgia y el valor a menudo inflado de las marcas y la propiedad intelectual han creado un ciclo de pesadilla de resurrección y regurgitación de lo que más amamos.
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Y, sin embargo, cuando alguien como Harrison Ford dice que va a colgar el sombrero de fieltro de Indiana Jones, para bien o para mal, le crees. El productor de “Indiana Jones”, Frank Marshall, también ha dicho que no cambiarán el personaje, lo que parece más dudoso y, aunque lo diga bien intencionado, es algo que no podrá garantizar. Todo lo que se necesita es un nuevo ejecutivo que exija un reinicio.
Sin embargo, cualquier cinéfilo que se precie sabe la verdad: la magia de Indiana Jones pertenece por completo a Harrison Ford. Aparentemente, ni siquiera necesita a Steven Spielberg detrás de la cámara, aunque, para ser justos, las bases estaban bien establecidas como para que un veterano como James Mangold interviniera. Pero no hay Indy sin Ford.
Es difícil entrar a “Indiana Jones and the Dial of Destiny” (“Indiana Jones y el Dial del destino”), que se estrena este fin de semana, sin una sensación de melancolía. No es exactamente el estado mental ideal para lo que debería ser, y en su mayoría es, un divertido éxito de taquilla de verano. Pero sin duda agrega un peso emocional, ya sea que la película lo amerite o no.
Si tan sólo comenzara sin esa molesta tecnología de rejuvenecimiento (es de lo mejor que se ha visto, pero sigue siendo inquietante), dándonos a un Indiana Jones de 45 años haciendo algunas de las acrobacias más salvajes que jamás hayamos visto. Nuestro querido arqueólogo salta encima de un tren a alta velocidad, en una secuencia en la que conocemos el objeto codiciado de la película, la Anticitera de Arquímedes, una verdadera máquina de cálculo celestial con extraordinarias capacidades predictivas que en la película está dotada de algunos poderes de otro mundo.
Pero también está ahí para permitirnos contemplar esa cara familiar y emprender una última aventura con el Indy con el que crecimos, antes de volver a la realidad con un Ford de casi 80 años (cumple 81 en julio) interpretando a un Indy de 70 y tantos.
El Dr. Jones de mayor edad es presentado entonces de la manera menos glamorosa posible: durmiendo en una silla reclinable en un triste apartamento de Nueva York, con un vaso de algo alcohólico en la mano y calzoncillos raídos. Es la depresión personificada, se retira de la universidad donde los jóvenes apenas le prestan atención de todos modos, distanciado de Marion (Karen Allen) y viendo cómo el mundo se vuelve loco a su alrededor.
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Pero también contemplamos cómo se despierta hasta volver a su yo aventurero. Afortunadamente, no se requieren escenas de entrenamiento, sólo un boleto de avión, su uniforme clásico (¡todavía le queda!) y su viejo espíritu de improvisación. La engorrosa trama (el guion es de Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, David Koepp y Mangold) se esfuerza por justificar y dar sentido a la búsqueda de la Anticitera: el FBI está a la caza de ella, al igual que el científico nazi Jürgen Voller ( Mads Mikkelsen) para quien la guerra no ha terminado, y la hija (Phoebe Waller-Bridge) del difunto socio de Indy, Basil (Toby Jones), quien se volvió loco por el aparato. Es demasiado, al igual que muchas de las secuencias de acción sumamente elaboradas y de aspecto extrañamente turbio, desde el tren en 1944 hasta una secuencia de buceo en aguas profundas con anguilas asesinas. La película alcanza sus notas altas de acción cuando se apega a los clásicos, como una persecución en un mototaxi brillantemente ejecutada en Tánger.
La Helena de Waller-Bridge también es un personaje enormemente divertido: una arqueóloga brillante que eligió una existencia más glamorosa, peligrosa con el mercado negro, vendiendo antigüedades robadas a los más ricos del mundo y saliendo de deudas. Se la presenta como un comodín y gran parte de la tensión se deriva de si Indy debe confiar en ella. Es una muy buena pareja no romántica para un alma vieja ingeniosa, con una generación de diferencia. Pero uno pensaría que en una película de casi dos horas y media se pudo haber destinado más tiempo a uno de nuestros favoritos que regresan, como John Rhys-Davies Sallah (tiene algunos buenos momentos).
No estoy segura de que alguien tuviera una necesidad especialmente urgente de saber qué estaba haciendo Indiana Jones últimamente, pero al menos nos da a todos la oportunidad de terminar con una nota más alta que “Kingdom of the Crystal Skull” (“Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal”). O tal vez Ford slo necesitaba un cierre con uno de sus personajes icónicos para que todos dejen de preguntarle sobre él.
“Indiana Jones and the Dial of Destiny” puede no ser “Raiders” (“En busca del arca perdida”) o “The Last Crusade” (“Indiana Jones y la última cruzada”), pero es una película de verano sólida y audaz y una despedida digna de uno de los papeles más impecables del cine.
“Indiana Jones and the Dial of Destiny”, un estreno de Walt Disney Co., tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por “diálogos, acción, secuencias de violencia y escenas en las que se fuma”. Duración: 144 minutos. Dos y media estrellas de cuatro.