Siempre he escuchado que la primera vez nunca se olvida y esto es muy cierto. Creo que nunca voy a olvidar mi primera vez. Todavía cierro los ojos y puedo ver todo lo que ocurrió como si fuese una película en blanco y negro. Pero nunca he escuchado a alguien hablar sobre la segunda vez. ¿Será que la primera vez siempre opacará a la segunda?
En mi caso, la segunda vez fue tan especial como la primera. Le llamo Oliver. A diferencia de Sebastián, Oliver era extranjero; colombiano. Estaba en Puerto Rico grabando un disco con su banda. Sí, Oliver es músico. Todo comenzó por el fabuloso app de Tinder (te digo, este app cambió mi vida). Oliver es más joven que yo. Tiene pelo rizado y una sonrisa pícara. Conectamos y comenzamos a hablar cuando ya le quedaban muy pocos días en la Isla. Nos conocimos un martes en la noche. Oliver me escribía insistente que quería hacer algo; necesitaba salir del estudio y quería conocerme. Debo aclarar que desde que ocurrió la aventura con Sebastián, algo en mí despertó. No solo mi sexualidad, sino que también un deseo de ser más espontánea, más atrevida. Así que, aunque era martes y al otro día trabajaba y tenía clases, le dije que sí. Recuerdo que estaba en la ducha y las voces de mi cabeza (también conocidas como mi consciencia) me decían que debería cancelarle, Así que, cuando salí de la ducha, decidí escribirle a Oliver y decirle que lo dejáramos para otro día, poro cuando verifiqué mi teléfono, Oliver me había dejado un mensaje diciendo lo emocionado que estaba de salir del estudio y que me lo agradecía mucho. ¡Mierda! No podía decirle que no. Salí a buscar a Oliver al estudio. Mientras esperaba a que llegara al punto de encuentro, mis voces me decían que estaba loca. ¿Y si este chico quería hacerme daño? Bueno, ya era tarde, Oliver se acercaba a mi ventana. No sé quién estaba más nervioso, si él o yo. Bajé mi ventana y me dijo hola, yo dije hola. Nos miramos, hubo un silencio incómodo y él procedió a montarse en mi carro. Antes de llegar al punto de encuentro, había decidido que lo iba a llevar al Boricua. Es un lugar bien público y bien abierto, así que si la cosa se ponía complicada o incómoda, había muchos testigos y podía escapar fácilmente. De camino al Boricua, me preguntó que si solía recoger a chicos que conocía por Tinder, así, sin conocerlos. Le dije que no, que era la primera vez que hacía algo así. Él me dijo que solo lo había hecho una vez en Colombia. Así que, para los dos, esto era algo relativamente nuevo. Llegamos al Boricua y estaba lleno y con buena música en vivo. La preocupación que no sabía que tenía en mi cabeza se fue. Yo soy buena compañía y el ambiente estaba súper bueno. Todo indicaba que iba a ser una buena cita. Y lo fue. Al principio, él estaba en un trance con la música. Así que nos quedamos de pie hasta que terminó la sesión musical. Cada momento que podía le buscaba la mirada para ver si estaba disfrutando. Su sonrisa pícara lo decía todo. Luego, compré unas Medallitas y nos sentamos afuera (tu sabes, testigos). En la mesa, la conversación fluyó. Él me hacía muchas preguntas. Me preguntaba sobre el español de Puerto Rico y sus dudas con palabras que en su vida había escuchado. “¿Qué es jevo?” “¿Algarete?. Sobre mis gustos musicales, sobre mi vida. Oliver me hacía reír mucho. Luego que nos tomamos esas primeras cervezas, él fue a comprar la próxima ronda. Mientras observaba a Oliver en la barra, me vino este pensamiento: “Esta es tu primera cita”. Justo en ese momento fue que me di cuenta que Oliver era el primer chico con quién salía en un “date” y la estaba pasando de maravilla. Aun cuando la estábamos pasando genial, Oliver tenía que regresar al estudio, así que nos fuimos del Boricua y lo llevé. Cuando llegué a mi apartamento le mandé un mensaje para decirle que había llegado sana y salva y que se le había quedado la uña para tocar el banjo en mi carro (si, toca el banjo). Me dijo que tenía que volver a donde él estaba para dársela, y porque le dieron muchas ganas de darme un beso, pero se contuvo. Yo le pregunté que por qué no lo había hecho y me dijo que tal vez lo hubiera cacheteado. Varios días después coordinamos para encontrarnos después que yo saliera de clases. Lo recogí en Isla Verde y fuimos a un bar de cervezas artesanales cerca de mi trabajo. Nuevamente, la conversación entre nosotros fluyó, aunque algo había cambiado. Como sabía que Oliver me quería besar estaba ansiosa. Cada vez que había una pausa y él me zumbaba esa sonrisa pícara pensaba que se iba a inclinar y me iba a besar. No fue así. De todos modos, la pasamos muy bien. Cerramos el bar. Cuando salimos de ahí, me preguntó si le podía dar una vuelta por Miramar y terminamos al frente del Centro de Convenciones. Ahí, mientras escuchábamos el primer disco de Mima y yo le cantaba un poco, Oliver me besó. Al principio fue un beso tierno, como él, pero luego algo despertó me besaba como si le quedaran 15 minutos de vida. La pasión estaba allí, dentro de mi carro, debajo de un farol, frente al Centro de Convenciones. Seguimos besándonos hasta que le sugerí llegar a mi apartamento. Oliver aceptó. Qué bueno que era tarde en la noche, porque estoy segura que si hubiese más tráfico, hubiéramos chocado. De camino a mi apartamento, aquello que despertó en Oliver no se tranquilizaba. Oliver me acariciaba todo el cuerpo, me besaba mientras yo conducía. En un momento le dije que tenía que darle pausa porque nuestras vidas estaban en peligro. Llegamos sanos, salvos y muy calientes a mi apartamento. Cuando entramos a mi apartamento Oliver comenzó a admirar mi decoración (te digo, tengo buen gusto) y yo lo callé con un beso. No habíamos sacrificado nuestras vidas de camino a mi apartamento para que ahora estuviese admirando mis talentos de decoradora de interiores. Le agarré la mano y lo llevé a mi habitación. Nuevamente, este no es ese tipo de escrito, así que voy a dejar afuera los detalles kinky. Solo te diré que Oliver sabe lo que estaba haciendo. Así lo demostró dos veces esa misma noche. Intentamos vernos esos días después de esa gran noche, pero nunca pudimos cuadrar algo concreto. Eso es, hasta su última noche en la Isla. Nos vimos y creía que en su última noche íbamos a pasarla en mi apartamento, en mi cama, pero él quería ir al cine. Rápido pensé que este era un tipo de rechazo. ¿Tal vez hice algo mal aquella noche? Al fin y al cabo, era la segunda vez que estaba con alguien íntimamente. La inseguridad es cosa mala. Fuimos a Fine Arts. Aún recuerdo la película, “Big Eyes”. Recuerdo que aún estaba triste por el rechazo sexual, pero cada vez que aparecía un anuncio insignificante, Oliver me besaba con mucha pasión. Me convertí en esas personas que critico que van para el cine a besuquearse, en vez alquilar un cuarto. Pero, así es la vida. Allí estábamos Oliver y yo, besuqueándonos sin cesar. Cuando salimos del cine, mi timidez ganó, así que lo llevé al estudio. Al llegar al estudio, dentro de mi carro, Oliver me dio el último beso. Y esa fue nuestra gran despedida. Nos escribimos un poco después que el regresó a Colombia, pero nada como para mantener una relación a distancia. Sin embargo, la caja de Pandora seguía abierta y yo quería más. Así que, después de Oliver empecé a conectar con otros chicos. Esto de descubrir mi sexualidad después de los treinta no es cosa fácil. Al tercero le llamo “Mr. Levitown”. Pronto te cuento qué pasó con él, pero con el nombre creo que lo digo todo jaja. Aquí puedes leer la Primera Parte de mi historia. Mira más de Capela Love y su boutique de juguetitos pa\’l sexo pulsando aquí.