Comentario

Nadie me preparó para la peseta

Las series televisivas me han preparado para la crisis que tendré cuando cumpla 50 años. Cuando llegue a esas edad, existe la posibilidad de que me empiece a vestir como una nena de quince, me inyecte un poco de bótox y le tire maíz a algún chamaquito solo para comprobar que todavía soy una jeva.

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Pero nadie me preparó para la crisis de los veinticinco años… Nadie me preparó para esto, y estoy desatada.

Y es que en un mes voy a cumplir la peseta, y estoy que ni yo me bebo mi propio caldo. ¿Con quién tengo que pelear por no haberme preparado para esto? ¿Quién tenía que enviarme el memo de que a un mes de mi cumpleaños nada me hace feliz porque creo que es el fin? (Y ustedes que tienen más de veinticinco no me vengan con que estoy haciendo show… Yo sé que ustedes también pasaron por esto, arpías).

Recuerdo que cuando era nena me sentaba a jugar en el primer escalón de las escaleras de acero que me llevaban a mi casa de madera pintada rosita. En esos escalones yo le piqué el pelo a una Barbie, pintaba con témpera y me imagina cómo iba a ser mi vida “cuando fuera grande”.

Según la vida que me inventaba en esas escaleras, que mami le pegaba manguera como cada dos días, a los 25 yo iba a ser una profesional de tres pares de cojones, de esas que llegan a los sitios y la gente tiene que mirar. Pensaba que iba a saber caminar en tacos, guiaría por las calles de esta joya caribeña en un carro del año, viajaría a menudo e iba a estar “enamorá” hasta las nalgas y esperando que me pidieran matrimonio.

Pero no, a un mes de cumplir un cuarto de vida tuve que regresar a vivir con mis padres, me estoy escondiendo de mi hermana para poder pagarle la próxima quincena los ochenta pesos que le debo, mi sobrina no me respeta, tengo el carro que puedo pagar (no el que quiero) y los frenos le suenan, ando en tenis la mayoría de los días porque cuando uso tacos las rodillas me duelen, parte de mi trabajo es escribir artículos de Maripily y Chicky Starr, no he cogido vacaciones en todo el año porque no tengo chavos para viajar y no tengo ni perro que me ladre (o me responda los textos).

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Mi crisis de los veinticinco está tan descontrolada que llevo una semana buscando a qué país me voy a mudar porque siento que la vida se me está yendo de las manos y porque no puedo bregar con el hecho de que llevo tres años levantándome a la misma hora para hacer el mismo trabajo (y, que conste, yo amo lo que hago).

Es más, hace unos días casi le doy un puño en el corazón a un nene que me dijo “señora”.

Estoy en un momento en el que no puedo decir “cuando sea grande voy a tener un restaurante”… Ya soy grande y, por los préstamos estudiantiles, nadie me a prestar ni un chavo prieto para abrir mi restaurante.

Me encuentro en una etapa en la que quiero vivir la vida al máximo porque “a lo mejor me muero mañana” y no pueda darme esos cuatro shots de chichaitos. Como me rehúso a envejecer (porque por alguna razón pienso que ya estoy vieja) sigo mis pachangas hasta las 3:00 a.m. porque digo: “Yo no puedo pasarme la vida trabajando… Soy joven, me merezco salir”, pero al otro día me siento como si el fin de mi existencia estuviera más cerca que la aterradora victoria de Donald Trump.

De momento me encuentro hablando de política y disfrutándolo… Luego, me doy cuenta y digo “odio la política” y salgo corriendo. Ahora escucho la emisora A.M. y siento como envejezco en el tapón. Estoy disfrutando de cosas que detestaba y, aunque para mi mamá eso significa que estoy madurando, para mí significa que los años me están cayendo encima como a Johnny Lozada.

Voy a cumplir veinticinco (me da náuseas solo de escribirlo), y no tengo ninguna de las cosas que pensé que iba a tener en este momento de mi vida… Y luego de este escrito no les tengo que confesar que estoy en crisis, eso es evidente. Pero, ¿saben qué? Dentro de mi histeria (que, literal, me ha hecho llorar un poquito), estoy de fiesta.

Los veinticinco es la misma edad en la que mi hermano mayor falleció de cáncer. Así que yo sé lo que es perderlo todo en un momento en el que se supone que tu salud no te falle. Sé lo que es tener metas y que el cuerpo no te permita lograrlas. Sé lo que es no querer celebrar tu cumpleaños.

Y no les estoy diciendo que tener eso en la mente me calma o hace mi quarter-life crisis menos jodona, sino que el pensar en eso ha sido como un lazo vaquero que hace que se me quite un poco la pendejá (bueno, no se me quita; se controla). Ha sido el recordar eso lo que me hizo decidir que aunque, en serio, llego a los veinticinco con solo algunas cosas de las que quería es importante celebrar la vida.

Así que, dentro mi histeria masiva (cualquier consejo para que se me quite eso será bien recibido), estos veinticinco no los voy a celebrar por mí… Los voy a celebrar por él.

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