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Mi agresor sigue libre

Como si la alegada agresión física, humillación y el semen no hubiesen sido suficientes, Puerto Rico se levanta otro día más sin la renuncia del alcalde de Guaynabo, Hector O’Neill.

¿Cuántos días más tendremos que esperar? ¡No lo sabemos! Y fíjate, agresor o no, este &#39’presunto’’ violador sigue libre y ocupando el rol de jefe de un pueblo. Así, como si se tratara del individuo que nos acosa en la calle o el autobús camino a casa, del asqueroso que se masturba en las esquinas de las escuelas públicas mientras observa a las niñas jugar, del que se esconde bajo una máscara para abusar a una mujer. Todos con algo en común: son agresores, pero no se les puede culpar.

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Al primero de la lista nadie podrá acusarlo, ya que en la Isla no existen leyes que sancionen el acoso sexual callejero. Mientras que al segundo, ningún líder de comunidad tendrá las agallas de seguirlo y pararle el caballito. Por otra parte, el tercero se quedará cometiendo sus fechorías hasta que la Policía pueda dar con él. ¿Y con el protagonista de esta historia (el emperador de Guaynabo City)? Pues no existen pruebas suficientes para demostrar que violó a una fémina. Por tanto, el agresor sigue libre, echándose aire y ganando un jugoso sueldo.

Por el contrario, las víctimas (nosotras las mujeres) tenemos que aprender a vivir con el repugnante recuerdo del día en el que fuimos abusadas, humilladas y utilizadas como objeto sexual, pues formamos parte de una sociedad a la cual parece importarle un bledo que se penalice al atacante. Como ejemplo de esto, la situación de O’Neill.

¡Apaga y vámonos! Que posiblemente mañana el agresor, mi agresor, tu agresor siga en libertad y a pocos les importe.

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