Contexto

#MariaPR: Historias humanas de un refugio en Tortuguero

VEGA BAJA – Afuera llueve y lloverá aún más. Muchísimo más.

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Adentro, Juanita Rodríguez se aferraba a una Biblia. Su semblante era uno apagado, quizás con sueño por el aire acondicionado que retumbaba en el rincón.

“Una trabajadora social llegó con el Alcalde a mi condominio, a decirme que tenía que irme. Que esto estaría malo. Que habría que arrancar. Y aquí estoy. Yo oro. Estoy positiva, pero hay que irse, perder lo que se pueda, pero no la vida”, explicó la señora, que aparenta tener más de seis décadas de vida.

No pudimos preguntarle su edad. Una servidora pública, Linda Rodríguez, del Departamento de Vivienda, interrumpe la entrevista y con razón. Se supone que la prensa no pueda irrumpir en un refugio a entrevistar personas albergadas así a lo loco. Hay algo que se llama principio de privacidad que no nos deja. Pero vamos. Viene María, el huracán del que le hablaremos a nuestros nietos. La noticia está en todos lados.

Dejamos a doña Juanita acostada en una esquina del refugio que habilitó el Municipio del Melao Melao junto a personal del Departamento de Familia y del Departamento de Vivienda. Nos fuimos con Linda, para que nos explica como es que se bate el cobre. Un policía estatal nos ayuda a realizar la transmisión en vivo en Facebook.

Nos encontramos en el gimnasio municipal de la Villa del Naranjal, cerca de la Laguna Tortuguero y el antiguo cuartel de la Guardia Nacional, para ser más precisos. Linda sonríe, ella se nota que enfrenta el reto, pues más que su trabajo, es su vocación.

“Estamos listos para que llegue María. Hemos trabajado duro para ayudar a estas personas”, nos dice Linda fuera de cámara.

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Linda, al igual que Ivette Otero y los dos policías que hay en el refugio son todos héroes. No ha llegado el huracán y ya lo son. Andan lejos de sus familias. No saben qué diantres va a pasar, pero allí están. Trabajando por &#39puertorro&#39 y un chorro más de gerundios. Suena clichoso y hasta fresa, pero es la realidad… y sonará mucho mejor luego de que azote la bestia llamada María.

Le pedimos que pregunte a los refugiados si alguien más quiere hablar, cosa de seguir las reglas. Antes de hablar con doña Juanita, habíamos hablado con otro señor, del sector Los Naranjos, un barrio que se inunda de tan solo escupir el suelo. Es la zona que ubica justo al lado del caño Cabo Caribe, una pesadilla para el Municipio. Es un gran ecosistema, que tiene desde caímanes hasta inescrupulosos humanos zumbándole basura.

“Le dijimos al Gobernador que nos ayudara y nos dijo que eso era una bobería”, había denunciado el alcalde vegabajeño Marcos Cruz Molina.

La realidad es que, aunque lleva denunciando la situación hace años, fue a última hora que el Gobierno estatal envió una máquina a limpiar el caño. Bueno, qué carajo. Algo es algo, especialmente cuando se enfrenta el armagedón.

Linda sale del área donde están los refugiados mientras acá evitamos hacer más baches en la transmisión live. ¡Viene con nuestro panita de Los Naranjos! Ese sí quería hablar orita. Se llama Edgardo Figueroa. Parece tener casi 60 añitos, su rostro denota miles de guerras con la vida.

“La casa que yo ocupo en la zona de abajo se inunda. Desde los tiempos de Cuchín. Si tú vas a donde yo vivo ya está llena de agua. Sila entró una vez en kayak hasta donde yo vivo”, nos dice, sonriendo.

Este muchacho es un caballito de batalla. Don Edgardo vive en Los Naranjos. Pero es de Humacao. Llegó desde allá hace poco menos de dos décadas, porque “tenía que cambiar de zona”.

“Tengo un problema de alcoholismo y si uno cambia de zona, cambia de ambiente. Y así lo hice”, explicó.

Pero tiene una camiseta alusiva al alcohol. Dice “empty of alcohol”, con la aguja en la &#39E&#39 de “Échale”. Fuera de cámara nos dice que la ropa buena no se bota. Y tiene razón.

Qué duro.

Él volvió al refugio porque a su casa en Los Naranjos “Irma le llevó las ventanas”. Es todo un veterano.

“Yo viví Hugo, entró por Humacao, donde yo estaba”, suspira. “Y ahora María va a salir por Vega Baja, por dónde yo estoy”.

Edgardo ríe. Nosotros también, si total. Sabemos que en pocas horas no podremos reír.

La prensa procede a agradecer las atenciones y se retira del refugio. Las historias, coño, siguen allí. Y en cada esquina. Y seguirán.

Cuando nos vamos, afuera ya no llueve. Pero lloverá más. Muchísimo más.

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