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Redefinir límites es algo que el poeta lleva como oficio, le asigna un peso diferente a las palabras, cada poema es una suerte de diccionario. Al negar las fronteras del lenguaje, los significados cambian, esto debe concebirse antes de leer cualquier verso. De igual modo es esencial reconocer que la poesía no se basa en romper la certeza de un verbo, sino en conjurar sortilegios para que la memoria del tacto persista. El poema nace de la poesía pero no la rige, al contrario: poesía es la razón de la urgencia, poema es lo que se salva del resultado, un movimiento balístico que responde a la sensibilidad humana.
Aunque parezca no ser objeto de ningún régimen, la poesía honra las leyes que definen el reflejo humano. Eso que llaman musa, es una respuesta involuntaria a lo que nos sacude. La poesía en sí es posible para cualquiera, está en la médula como los tics y los miedos; es un impulso que puede resultar en movimientos, colores o armas. Sin embargo, el poema es menos accesible, —anulable— es un conjunto de calendarios y culpas, algo que limita su trascendencia a la necesidad del otro.
Una respuesta poética diferente al poema, pero que usa sus mismos medios para ser posible, es el arte del grabado. Algunos artistas que producen desde la poesía —incluso, también desde el poema— son Consuelo Gotay, Martín García-Rivera y Marcos de Jesús Carrión. Su trabajo nace del instante poético: la poesía les sacude y ellos responden con las imágenes que les exige su silencio, tal y como lo hacemos los poetas cuando tenemos suerte. Gotay trae a la mujer como centro, como curandera y creadora; una respuesta inconfundible de sus manos, que pudiera tener la voz de Julia de Burgos. Martín cuestiona los sentidos, los redefine como creencias, crudo y justo como José María Lima. Marcos crea bálsamos de tiempo, invita a celebrar y perdonar la memoria, una voz que yo intento tener.
De igual forma sucede en medios como la música, el teatro y la danza. El arte es consecuencia del instante poético. Para el poeta, la metáfora es vestigio de un reflejo; este recurre a las figuras retóricas para capturar los signos vitales de la emoción humana. Puede decirse que el poema es algo que solo se percibe entre su escritor y quien lo lea, más el instante poético es algo palpable para cualquier persona que sea capaz de sentir un abrazo.
Imagen del libro ’Simulacros’, de Kidany Acevedo
Partiendo de ese tratado, surge la pregunta: ¿es el poema el medio correcto para concebir la poesía? —Temo que quien diga tener la respuesta, miente a favor de sus manos—. La poesía no se descifra, se siente. Por ende, las palabras son quizás el medio menos apropiado como coartada. El poeta nace de la insuficiencia del lenguaje, su herramienta es insuficiente, es por esto que apela al sentir, al tacto, a los reflejos involuntarios de la memoria.
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La utilidad del poema está definida por sus intentos, hay que insistirlo, merecerlo, aunque no sea una respuesta correcta. Insistir por la palabra, no por el nombre. Todo poeta debe reconocer que su presencia es completamente prescindible para la vigencia de la poesía; que un poema es solo un intento de definir los reflejos humanos. Mas la poesía es otra cosa, se basa en instantes; no se escribe, se palpa y luego se le hace eco como uno pueda. En fin, ella simplemente resulta, da que hacer, existe… tiene más sentido en los nervios que en las palabras. Ya lo dijo Bécquer con su célebre “podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía” y no hay nada más cercano a nuestra verdad. La poesía se trata de trascendencias, no es un don, sino un impulso que no se limita a las manos de quien le robe metáforas al azar.
(El autor es poeta. Mira más de su trabajo pulsando aquí.)