Contexto

Entre la escuela y el trabajo: estudiantes de escuela superior enfrentan el miedo al fracaso

Jóvenes de duodécimo grado conversan sobre los retos de dividir su tiempo entre el estudio y el trabajo

Del CPI.

Ocho estudiantes de duodécimo grado forman un círculo con sus pupitres debajo de una carpa en el patio interior de una escuela del municipio de Guaynabo. Fuera de la carpa, salpica una llovizna; adentro, llueven realidades.

Comenzaron el cuarto año de escuela superior dividiendo su tiempo entre estudios y trabajo. Hay tres chicas jóvenes en el grupo: una trabaja de mesera, otra de niñera, y la tercera es madre y técnica de uñas.

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Entre los chicos, uno trabaja en Subway, el otro es barbero, un tercero es empleado en El Mesón, el cuarto trabaja como electricista en la construcción “o en cualquier cosa que aparezca” y otro es empleado en una pizzería. Todos son menores de 18 años y dijeron que aspiran a continuar estudios técnicos o universitarios cuando se gradúen de la escuela superior.

“Yo soy contratista”, aclara el que trabaja en construcción, a minutos de que suene el último timbre. “Trabajo de cualquier manera. Trabajo con mis compañeros también. Hablamos de números, de precios, cuánto quieren por día o si quieren que se les pague el trabajo completo. Y nada, hablamos de dinero y se divide. Si el trabajo es complicado, recluto varias personas”.

Mientras habla, se mece en el pupitre como si estuviera en un columpio. Tiene 17 años y cuenta que trabaja desde los diez. En su casa “hay que buscarse el peso”. De lunes a viernes se concentra en las responsabilidades escolares de ocho de la mañana a tres de la tarde. Eso dice. Así, con la actitud de alguien que le dobla en edad y experiencia. El resto del tiempo, piensa en trabajo, “en hacer dinero, en ahorrar”.

“Vi que en muchos trabajos, como en esa franquicia McDonald ’s, tienes que tener una edad adecuada [para trabajar]. Y yo empecé a trabajar desde muy joven y es difícil, porque no puedes entrar [a trabajar] ahí ni con un permiso hasta que tengas cierta edad. Y desde chiquito mi mamá siempre me enseñó a buscarme el dinero. Si yo quiero algo, pues me lo tengo que ganar. No tenía de dónde jalar para comprarme mis juguetes o lo que yo quería, aunque siempre me complacieron, pero hay veces que uno quiere más”, continúa el joven, frente al corrillo de jóvenes que, entretanto, cruzan miradas, se ríen con “el flow del pana”, y secretean.

En Puerto Rico el empleo de menores está regulado. El Artículo 2 de la Ley de Empleo a Menores establece que ningún menor de dieciséis años puede trabajar en una ocupación lucrativa ni en relación con ella durante el período de tiempo en que están abiertas las escuelas públicas.

Según la Encuesta del Grupo Trabajador que realiza el Departamento del Trabajo, a noviembre de 2021, en Puerto Rico había alrededor de 142,000 jóvenes entre 16 y 19 años. De ese aproximado, un 15% (22,000) formaba parte de la fuerza laboral y un 11% (16,000) estaba activo en un empleo. La tasa de participación era de 15.5%. En el 2017, por ejemplo, la tasa de participación de este grupo fue de 7.8%.

El joven que trabaja en construcción empezó a cogerle el gusto al dinero lavando carros con su abuelo. Después, su papá le enseñó un poco de mecánica y su tío lo involucró en trabajos de construcción. “Y me gustó”. “Y a través de mi trabajo, como fui adquiriendo experiencia, aprendí cómo se movían las cosas. Pensaba: ‘contra, mis compañeros también están buscando trabajo y hay algunos que quieren buscarse el dinero y no saben en dónde’. Les decía: ‘mira, ¿quieres trabajar? ¿Tú sabes pintar? Vente, que tengo este trabajito. Vamos a hablar de números’”.

Según datos del Departamento de Educación (DE), en el año académico 2020-2021 se registraron 54 casos de estudiantes que abandonaron la escuela para trabajar. Ese número triplica el total registrado el año anterior y es el más alto desde el 2015. La agencia explicó que existe un código en el Sistema de Información Estudiantil (SIE) que especifica esa razón como baja. Cuando los padres o encargados llenan la Hoja de Movimiento de Matrícula, deben especificar la razón. Sin embargo, más allá de ese total — que puede parecer bajo — durante en el año académico 2020-2021 el DE identificó 448 casos de estudiantes cuyo paradero es desconocido. Eso se complementa con el hecho de que de 2015 al 2021, al menos 33,704 estudiantes abandonaron la escuela, según recoge un estudio del economista y catedrático de la Universidad de Puerto Rico, José Caraballo Cueto, donde se evaluaron algunos determinantes de la deserción escolar en Puerto Rico.

Ninguno de los jóvenes bajo esta carpa quiere abandonar la escuela para seguir trabajando. Pero la tentación de hacerlo, en el contexto de la crisis económica de Puerto Rico y de sus circunstancias familiares, sí está presente en la mente de algunos. Sobre eso, la joven que trabaja como niñera tiene mucho que decir. Su mirada es fría y habla mirando a los ojos.
“Una familia me dijo: ’es lo que tú quieras [la cantidad de dinero que ella entendía más justa]’. Y yo dije: ’pues está bien, mis expectativas son bajas’. Y al ver que mientras más horas yo hacía más dinero tenía, pues me estaba yendo un poco por la ambición”, reconoce.

Recuerda que ni su padre ni su madre acabaron la escuela superior. Su mamá llegó hasta séptimo grado, su papá “hasta octavo o noveno”.

“Ninguno de los dos terminó una carrera. Mi mamá estaba estudiando enfermería y nunca lo terminó. Falleció. Y vi como mi papá se sacrificó. Él sí dejó su escuela por un trabajo y vi las consecuencias”.

Mira a sus compañeros y retoma su testimonio.

“Yo le decía a mi papá: ’mira, ¿qué tal si dejo la escuela y solamente me dedico a niñera? ¿Tú sabes cuánto a mí me pagan por cuidar solamente a un muchachito de esos? Y él me dijo: ’sí, y después cuando te quedes sin muchachitos, ¿qué vas a hacer? ¿Y cuando los niños de esa familia crezcan?’ Me di cuenta que si me gustan los niños, puedo enfocar mi carrera en algo estable y que se relacione, porque toda la vida no me voy a quedar en eso”.

Su papá es la única persona en su familia que la apoya en el reto de estudiar y trabajar. Otros familiares optan por decirle que no logrará lo que quiere por estar trabajando, incluso, en horarios nocturnos.

“Cuando les dije bien emocionada que estaba trabajando, me dijeron que mejor dejara el trabajo y me enfocara en mis estudios a ver si lograba ser algo”, recuerda. Confiesa que chocar con esa pared la deprimió al principio. Pero decidió continuar, “porque ellos no viven conmigo bajo mi mismo techo, cuando los busco nunca están y dije que era mejor utilizar eso positivamente para mí. Voy a ser mejor persona y a demostrarles que lo que ellos creen no es correcto”.

Según la Encuesta del Grupo Trabajador, al mes de noviembre de 2021, el 55.4% de las personas empleadas en Puerto Rico contaba con grado universitario, el 31.7% con diploma de escuela superior, el 2.7% con uno o dos años de escuela superior, el 1.9% con nivel intermedio y 0.7% con nivel elemental. De acuerdo con el informe, el estimado de personas desempleadas en octubre fue de 86,000, una reducción de 9,000 respecto a octubre de 2020 (95,000).

El joven que es empleado de la pizzería, aprovecha para decir que cuando piensa en no regresar a la escuela y quedarse trabajando, le basta con recordar a un amigo que “se enamoró del dinero, dejó los estudios y no terminó bien”. No quiere entrar en detalles, pero ese ejemplo es su combustible para centrarse. Le basta con el sacrificio que le permite juntar el dinero para “comprar todas las cositas que me gustan”. Se ríe.
En su análisis de los determinantes de la deserción escolar en Puerto Rico, el profesor Caraballo Cueto sostuvo que “fuera del impacto del Huracán María, la pobreza figura como el determinante principal de la deserción a lo largo del periodo bajo estudio (2015-2021): ser pobre puede aumentar la probabilidad de ser desertor hasta en un 0.05%”, en comparación con los estudiantes del sistema público que no son pobres. El pasado año académico, el 82% (226,313) de los estudiantes del sistema público tenían desventaja económica, según el Perfil Escolar del DE. Asimismo, en el estudio se destaca que “para atender la situación de la deserción a cabalidad es importante prestar atención especial a los meses donde ocurren la mayor parte de las deserciones: agosto [cuando muchos estudiantes no llegan a la escuela], enero, febrero y septiembre, en ese orden. Es decir, al regresar de las vacaciones y del receso navideño es cuando hay mayor incidencia de deserción”.

Este grupo de estudiantes bajo la carpa confía en regresar a la escuela en enero de 2022. Quieren cerrar con éxito el ciclo escolar. Si algo les ocupa la mente en medio de un nuevo repunte de casos positivos a COVID-19, es el miedo al fracaso. No quieren dar el paso a la universidad y estudiar algo que no les guste. Todos temen a la incertidumbre de la transición a la adultez. “Difícil, difícil”. Así lo cataloga el joven que es empleado del negocio de comida rápida El Mesón.

“Pienso mucho en el miedo al fracaso porque trabajar y estudiar no es fácil. Y más en la universidad”, comenta, al tiempo que se describe como una persona tímida a la que le cuesta socializar. Pero habla alto y con seguridad. Dice que ya no le importa su frenillo. Se anima a compartir uno de sus objetivos en la vida: estudiar Psicología Forense. Aunque no sabe en cuál universidad estudiará, lo está pensando. Empezó a trabajar en julio y “la cosa va bien”. Eso lo hace sentir más tranquilo “y hasta orgulloso”.

“Le doy chavitos a mi mamá para la luz y la comida. Lo otro lo guardo”, destaca. Su hermano era quien buscaba trabajo, pero su mamá le preguntó si quería trabajar también y él aprovechó. “Yo dije: ‘pues dale’. La verdad es que hace tiempito la gente no quiere trabajar. Y pues, los estudiantes nos animamos”.

Sus turnos son rotativos, pero mayormente trabaja de viernes a domingo.

El joven que trabaja en la construcción reconoce que seguir estudiando es importante, pero le seduce la idea de sumarse al Army National Guard, precisamente por lo difícil que le resulta el reto de combinar estudios y trabajo en la universidad. No le gustan las rutinas. “Lo tengo un poquito más fácil en el Army, pero si yo fracaso en el Army, si no entro al Army…”. Se toma una pausa y observa la grama por unos segundos. “Le tengo miedo a eso, a quitarme, a fracasar”, insiste desde el pupitre que transformó en mecedora.

De 2020 al 31 de diciembre de 2021, el Army National Guard realizó 83 enlistamientos en escuelas públicas de Puerto Rico, más de tres veces el total de reclutamientos entre 2018 y 2019 (cuando reclutaron 25).

“No es lo mismo trabajar en la calle, en la construcción y eso. Ahí hay dinero. Tú escuchas a muchos de los jóvenes, y dicen que quieren ejercer su carrera allá afuera, estudiar y hacer una carrera allá afuera, porque en Puerto Rico es bien difícil. Por eso pienso en el Army como lo más fácil para estar tranquilo. Mi mamá es enfermera y se le hizo bien difícil también. La rechazaron muchas veces en diferentes trabajos. Son pocas las personas que he visto que realmente logran lo que quieren ser”.

Mientras tanto, otra de las jóvenes explica que comenzó a trabajar como técnica de uñas cuando empezó la pandemia. Su historia es muy distinta. En esos días del 2020, a sus 16 años, dio a luz a una niña. Trabajar, contrario al resto, se convirtió en una obligación urgente.

“Soy mamá y me toca a mí hacer todo lo posible por echar pa’ alante a mi hija”. Así se presentó al inicio de la charla y sonrió antes de contar los detalles. “Es bastante fuerte porque son varias las responsabilidades. La nena, el trabajo y mis estudios”. Al igual que sus compañeros, la estrategia que aplica esta joven es aprovechar al máximo el tiempo en la escuela para luego irse a trabajar, lo más que pueda.

“Yo organizo a mis clientas. Puedo manejar más o menos cuántas personas atender. Pero es fuerte porque sabes que mientras más personas atiendas, más dinero vas a hacer. Y como son tantas cosas, a veces el tiempo no da como uno quisiera”.

Ante eso, el sacrificio más retante es “tener en la mente la motivación para terminar la escuela”. Habla, además, de tener buen promedio, de hacer las cosas bien y “poder llegar sana a la casa”. En síntesis, su meta principal es “estar bien para mi hija”.

“Me gustaría estudiar administración de empresas para montar mi propio negocio. Lo primero que quiero hacer cuando termine la escuela superior es sacar la licencia de técnica de uñas”.

Y es que entre estos testimonios destacan el reto del uso del tiempo y el esfuerzo de producir. Transita la esperanza de resolverse algo, desde necesidades hasta el capricho más efímero. Se trabaja por algo o por alguien. Y a veces se aprende. Al menos, eso asegura el joven que a sus 17 años aprendió a observar más de lo que habla.

“Tengo que decir que en mi caso he aprendido un montón de cosas. Cuando estoy trabajando hay que relacionarse con mucha gente y uno se da cuenta de la importancia del trato. A veces las personas mayores ven a uno joven y no lo tratan bien. Que si ‘mira nene, dame esto o dame lo otro’, ‘mira, que esto no lo quiero así, dame tal cosa’. Gritan y hablan estrujao. Lo mismo algunos jóvenes, que tratan como si uno fuera menos por trabajar en un Subway. Esas cosas molestan. Pero uno sigue dando lo mejor. Tratando de hacer las cosas bien”.

Suena el timbre de las tres de la tarde. Se produce una carrera desde los salones al portón principal. Se escuchan gritos de pasillo a pasillo. Los ocho estudiantes cerraron el semestre bajo la carpa. Cinco de ellos apresuran el paso porque se tienen que ir a trabajar.

Este reportaje publica en Metro Puerto Rico gracias a un acuerdo colaborativo con el Centro de Periodismo Investigativo.

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