¿¡Politiqué!?

Diferir no es odiar

El discurso social de respeto a la “diversidad” parecería limitarse al reclamo de respeto a la diversidad sexual o a aquellas diversidades que le sirvan de plataforma a intereses particulares, dejando afuera el reclamo de respeto a la existencia de creencias diversas.

Es decir, parecería que solo se exige respeto a la diversidad en materia de sexualidad, pero no cuando se trata de la pluralidad de ideas, opiniones y valores. Así las cosas, cuando se está en desacuerdo con los planteamientos de la diversidad sexual, algunos recurren a las etiquetas “fóbicas” o a las acusaciones infundadas de “discurso de odio”.

Por ello, me parece necesario distinguir entre diferir y odiar, pues son dos cosas totalmente distintas. Y si bien alguien que difiere puede odiar, no todo el que difiere odia. Por lo tanto, diferir sobre si una creencia o una conducta es buena, mala, normal, no normal, beneficiosa o perjudicial, de ninguna manera es sinónimo de promoción del odio hacia el que piensa o se comporta distinto a uno.

Si un padre le dice al hijo que difiere de su forma de actuar o pensar, ¿quiere decir que el padre odia a su hijo? O, si una persona le dice a su amigo que difiere de él en algo que piensa o hace, ¿quiere decir que esa persona odia a su amigo? La respuesta es meridiana.

A la luz de esta discusión, me parece necesario subrayar que el verdadero respeto a la diversidad no puede defenderse obligando a todos los seres humanos a pensar de la misma manera y descartando o menospreciando al que piensa distinto. Por el contrario, el verdadero respeto a la diversidad exige reconocer que existen diferentes formas de pensar para intentar armonizar esas diferencias en favor del bien común, y no para silenciarlas o censurarlas cuando no te convengan o cuando no sean las posturas que se favorecen desde el discurso político dominante.

En una sociedad plural, donde coexisten diferentes formas de pensar, respetar esa diversidad de creencias es fundamental para el sostenimiento de la democracia y de la paz social. La propia historia nos demuestra que en las sociedades donde no se ha respetado la diversidad de creencias, como, por ejemplo, en los estados teocráticos o en los estados comunistas o de regímenes totalitarios, quien más sufre es la democracia y las libertades individuales que son atropelladas y anuladas.

Por esto, defender el derecho a la libertad de conciencia y de religión, y promover el respeto a que los demás puedan pensar diferente a uno y, por lo tanto, a expresarse y abogar por lo que creen, debería ser un objetivo común, tanto para los creyentes como para los no creyentes.

Dicho esto, y reconociendo que los creyentes somos parte de la diversidad social, defenderé la libertad de conciencia y de religión, y el consiguiente derecho a manifestar públicamente nuestra fe, a vivir conforme a nuestras convicciones y a educar nuestros hijos de acuerdo con nuestros valores.

Además, defenderé el derecho de todos a expresarnos libremente sin ser agraviados y relegados socialmente por nuestra forma de pensar.

¡Cuentas conmigo y yo cuento contigo! En noviembre, ¡vota diferente!


La autora es candidata al Senado por acumulación por el partido Proyecto Dignidad. Es parte del grupo original de columnistas de ¡¿Politiqué?!, la sección de debate político en El Calce.  

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