Comentario

Cumbayá borincano

No habían pasado ni 10 minutos de que el gobernador de Puerto Rico Alejandro García Padilla le decía al País, lo que aparentemente todo el mundo sabía menos el, que la monumental deuda con la que se construyeron Coliseos, carreteras y se creó la ilusión de un País de primera, no se podía pagar en las condiciones con las que contratamos con nuestros acreedores, que aparecían los dedos echando culpas, los análisis y las recriminaciones.

En medio de esa tormenta de ideas, apareció un slogan que comenzaba a coger impulso en las redes sociales a través de personalidades y simpatizantes del gobierno de turno de “Yo me quedo en PR”.

Por alguna extraña razón, es uso y costumbre de la raza puertorriqueña, que cuando el bolo aprieta, nos convertimos en los seres más optimistas sobre la faz de la tierra. Es decir, el actual líder y principal representante de Puerto Rico acababa de gritar a los cuatro vientos que no podíamos pagar, que estábamos pelaos y aquí lo primero que estábamos pensando era en tuitear y poner un estatus en Facebook para inflarnos el pecho de que nos vamos a sacrificar por la patria.

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La ingenuidad puertorriqueña es una cosa increíble. Es costumbre del &#39political correcteness&#39, montarnos en la onda de que aquí nada pasa, yo soy boricua pa’ que tu lo sepas y de esta vamos a salir.

Es hermoso, ver esas imágenes del jíbaro fajándose en la finca, cuando la realidad es que hoy en día solo el 40% de la población a duras penas trabaja y el resto está echándose fresco en las verijas, viviendo del cuento.

Es fácil desde tu casa, frente a una computadora, en aire acondicionado y probablemente con agua, señalar a aquellos que toman la difícil decisión de irse de Puerto Rico a buscar una mejor vida. Claro, porque cuando la cuenta está en $0 y hay que pagar la casa, el carro y echar gasolina lo primero que viene a la mente “Coño, me voy a quedar aquí, porque yo voy a puerto rico”.

No, así no se juega.

Dígale eso a los casi 20,000 que han tenido que coger sus cachivaches en los últimos meses para irse a aventurar al otro lado del charco con la maleta llena de ropa y nada mas. O a las cientos de parejas jóvenes que aunque tienen trabajo, ganándose la vida y haciendo de tripas corazones, tienen que vivir alquilados porque el banco no los quiere cualificar para un módico apartamentito por no ganar lo suficiente. Pero esos no son valientes. Esos no son puertorriqueños de clavo pasao’. O a los miles de jóvenes que se gradúan de universidad, con grados profesionales y monumentales deudas en préstamos que se tienen que resignar a trabajar por contrato y casi ganándose el mínimo.

La realidad es que estas campaña de cumbayá patriótico siempre han sido la excusa perfecta para que el puertorriqueño evite enfrentar la realidad y asuma su responsabilidad. Aquí se premia al que habla lindo, se ve bien y dice dos o tres cosas con palabras de domingo. Pero no el trabajo ni el esfuerzo. Miramos por encima del hombro al que se faja, da la milla extra y tiene éxito y estamos locos porque tropiece para señalarlo y serrucharle el palo.

El rumbo de Puerto Rico no lo vamos a enderezar con falsos consensos ni reuniones para contar con la opinión de todos, que a la larga no se toman en consideración. Necesitamos valentía y aceptar que todos, los que nos quedamos y los que se fueron, tenemos la culpa de la deuda. Fuimos cómplices porque no preguntamos, ni leímos las portadas ni los informes periodísticos serios que advertían que esto iba a pasar. Nos dejamos llevar por la Macarena, las inauguraciones por todo lo alto, las tarjetitas y las mejores galas de nuestros políticos para esconder debajo del terruño borincano nuestra incapacidad de sobreponernos y doblar el lomo para sacar el País hacia adelante.

En vez de señalar y darse golpes en el pecho que usted se queda en Puerto Rico, porque tiene trabajo o guisos con el gobierno, reflexione. Es mas, haga algo. Sigamos este ejercicio de automotivación.
Tómese su tiempo y mírese así mismo.

¿Qué yo hago por Puerto Rico?
¿Cómo yo puedo ser mejor persona?
¿Cómo mi éxito individual se traduce en beneficio colectivo para los demás?
¿Cómo el triunfo de el de al lado es mi triunfo y el de Puerto Rico?

Si usted puede contestar estas preguntas, sepa que está trabajando por Puerto Rico; si no, deje de escribir en las redes sociales lo bonito de la Isla, no se de golpes en el pecho como un orangután gritando orgullo boricua y póngase a trabajar de verdad.

La fiesta se está acabando. Si no dejamos de estar pendiente al otro, no habrá ni para ti ni para nadie y nos pelearemos por no ser el último que apague la luz y cierre la puerta del avión y le diga para siempre adiós Puerto Rico querido.

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