Cuidar no es fácil (y casi no se habla de eso).
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Cuidar de una persona enferma no es cáscara de coco, y se habla bien poco de lo difícil que es. No hablo solo de las obligaciones usuales.
Con esto no busco quejarme, y menos aún un reconocimiento. Solo quiero escupir aquí lo que vivimos muchos cuidadores. Nosotros cuidamos a nuestros enfermos con mucho amor.
Lo que los demás no ven
Hay cosas que las personas alrededor de uno no ven, no entienden o, simplemente, no les importa.
Me explico: A quien cuidaba no se podía caer, coger sereno, cortarse ni enfermarse, por lo cual eran bien limitadas las salidas fuera de un entorno preparado para que ella pudiera estar segura.
Los medicamentos que toma le dificultan estar en pie, siempre tiene calor, y la aglomeración de personas la marea. La manera más sencilla de evitar todo esto era no salir.
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No saben lo difícil que es tratar de explicarle esto a un pana cuando te invita a su cumpleaños, fiesta de Navidad o bebelata.
Algunos eran empáticos y entendían… pero la mayoría se molestaba. Al sol de hoy, muchos no me hablan porque creen que les estoy metiendo excusas para no ir.
Esto también ocurrió con la familia. Quizás no me lo decían directamente, pero en su tono de voz al responder: “Ok, dale, no hay problema”, se sentía todo.
La vida que decidí cambiar
Quienes me conocen saben que me gusta la jarana y el bembé, pero decidí sacrificar todas esas cosas por la salud y el bienestar de la persona con quien vivía. Una de las cosas más importantes para un cuidador es siempre ser, verse y estar fuerte ante cualquier situación. Si ella me ve decaído, va a pensar que me pesa lo que hago… y no era así.
Los días buenos y los no tan buenos
No todos los días eran malos en cuanto a su salud.
Había ocasiones en que ella misma se levantaba y me decía: “Hoy quiero helado y dar una vueltita”.
Pero también había días en los que no tenía ni deseos de salir de la cama.
Yo siempre me mantenía positivo, y le buscaba la vuelta para que se distrajera un poco de sus dolamas.
Lo más difícil es verla llorar… y no reaccionar, para no derrumbarla más.
Ser fuerte todo el tiempo no es tarea fácil, y yo siempre traté de que pareciera que todo estaba bien, dentro de la situación.
Las pequeñas estrategias que salvan el día
Algo que me ayudó fue crearle una rutina.
El día fuera malo o bueno, siempre seguíamos la rutina.
Mantenerle la mente ocupada era otra misión. Estar todo el tiempo en la casa la consume y la agota mentalmente.
Yo le hacía sus eventos “privados”:
* Noches de bohemia
* Día de películas
* Spa day en la sala
* Y una que otra vez… le enseñaba quién era el mejor jugando Mario Kart.
Esto no es una queja
De nuevo: Esto no es para quejarme.
Es para que, antes de comentar, opinar o juzgar por cómo me veo —si salgo, si me peino, si estoy gordo, jincho, etcétera— piensen en todos los sacrificios y cosas que uno tiene que hacer para que la persona a quien cuido esté bien.
Porque nosotros siempre somos el soporte…
Pero no tenemos quien sea el soporte de nosotros.
Y cuando por fin se duerme…
A veces, cuando por fin se quedaba dormida sin quejarse de ningún dolor, yo me iba al carro a gritar y llorar, porque estaba drenado y agotado.
Y no tengo a nadie con quien hablar de esto, porque, rápido, es que me estoy quejando.
Si conoces a alguien que cuida…
Así que, si en tu entorno hay alguien que cuida de un enfermo, a veces con no molestar y no hacer comentarios absurdos, es más que suficiente.
Seamos empáticos.
Porque detrás de las paredes de una casa, nadie sabe lo que realmente pasa.